Una de las cuestiones
que con frecuencia me he planteado es cómo, por ejemplo, hay personas con un
coeficiente intelectual más elevado que el de Albert Einstein pero no son o no
han sido tan creativas y no han llegado tan lejos como este científico. La explicación
la encuentro en que la inteligencia es un compendio de varías aptitudes entre
las que se encuentra, aparte de CI (coeficiente de inteligencia), la capacidad
emocional con la que afrontamos las situaciones y en ella incluyo la creatividad.
Es por ello, que como
primer artículo me he decidido por este que tiene el título de:
LA
EDUCACIÓN EXIGE EMOCIONES
La primera cuestión es:
¿estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que ya no
existe?. El sistema pedagógico actual parece haberse estancado; la consigna
respecto a la educación insiste en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas
notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que
muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de
estudiante, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.
Pero la realidad
laboral ha cambiado y estas consignas académicas han dejado de ser válidas. Y
es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a
campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica
que iban a desempeñar en las fábricas. Según Ken Robinson (experto en
educación), “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo
muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la
producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.
Si bien la fórmula
pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer
cálculos matemáticos, pero “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo
del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad,
marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se
empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un “ruido” que impide escuchar la propia
voz interior.
La
voz de los adolescentes:
“Desde muy pequeño tuve
que interrumpir mi educación para empezar a ir a la escuela” (GABRIEL GARCÍA
MÁRQUEZ)
Cada vez más
adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para
afrontar los problemas de la vida cotidiana.
En vez de plantearles
preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan para darles respuestas
pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su
comportamiento al canon determinado por el orden social establecido.
Del mismo modo que la
era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente
requiere de un nuevo tipo de colegio porque la educación industrial ha quedado
desfasada. La educación no necesita que la reformen, sino que “la transformen”.
En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a
personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales
descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente
les apasiona.
En el marco de este
nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas,
reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento
diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental
por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y
conflictos emocionales ppo sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.
La base pedagógica de
esta educación en auge está inspirada en la visión de que el ser humano nace
con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es
acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez
emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta,
libre y viva que son propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema.
Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de
Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
¿Para
qué sirve?
“Educar no consiste en
llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente” (LAO TSÉ)
La educación emocional
promueve entre los jóvenes una serie de valores que les permitan descubrir su
propio valor, pudiendo así aportar lo
mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos se destacan:
- Autoconocimiento: Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.
- Responsabilidad: Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.
- Autoestima: El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una pecepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir su propio camino.
- Felicidad: La felicidad es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la auténtica esencia de cada uno.
- Amor: En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar ala vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.
- Talento: Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.
- Bien común: Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace bien a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad.
Imagen | Love Between the Lines de amitza bajo licencia CC BY 2.0 DE
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